Carolina Isaza, médica genetista de Univalle y una de las cien mujeres más influyentes del
Valle del Cauca en el siglo XX, fue destacada por investigar las malformaciones
congénitas.
La razón para que una de las cien mujeres más influyentes del Valle del
Cauca en el siglo XX no sea tan conocida entre sus coterráneos se debe,
precisamente, a su dedicación. Y es que la caleña Carolina Isaza se la ha
pasado 31 años de su vida estudiando medicina y 24 de ellos encerrada en un
laboratorio analizando cromosomas, en las aulas enseñando morfología y
genética, dirigiendo tesis, en consulta atendiendo a madres de hijos con
malformaciones genéticas...
Motivos por los que sí es muy reconocida en el ámbito médico nacional
e internacional y en la Universidad del Valle, donde pasó de estudiante
estrella a especialista distinguida en el campo de la genética.
Jugar “al doctor” marcó la infancia de la pequeña Carolina antes de ingresar
al Liceo Benalcázar de Cali. Los primos menores eran
los pacientes, o con su hermano Jorge, se turnaban ese rol que les daba el
poder de la sanación.
A los 17 años, el juego fue en serio. “Quiero estudiar medicina para ayudar
a la gente”, les dijo a tres docentes que la entrevistaron en la Universidad
del Valle. En su ADN había genes de médico, no de su padre, Tulio Isaza,
arquitecto, ni de su madre, María José Rojas, abogada. Carolina y Jorge querían
ser como su tío, Jaime Isaza, fundador de la Sala Ana Frank
del Hospital Universitario del Valle, HUV. Así que los hermanos ingresaron
juntos a estudiar la carrera que de niños los ocupó con la seriedad de un juego
infantil.
A primera vista ella se enamoró de las ciencias básicas de la salud y jamás
se atemorizó ante la muerte. Cada cadáver lo vio como un libro abierto donde
descubrió cuanto sucede en el organismo humano.
Y a los 18 se enamoró también del hoy ex gobernador Francisco José Lourido Muñoz. A los cinco meses él le regaló anillo de
bodas y a los 11 se casaron. “Me casé chiquita, no recuerdo haber estado
soltera”, dice la investigadora y cuenta que ‘Pacho’, como le dice
cariñosamente, la acompañaba hasta en los turnos del hospital y le llevaba
comida. Es más, en el HUV creían que él, que ya era ingeniero agrícola, era
otro médico residente.
La pareja acordó no tener hijos hasta estar próxima a graduarse. Y hubo una
curiosa coincidencia: la fecha de grado concordaba con la del parto de su único
hijo, Sebastián, hoy biólogo molecular docente del MIT en Estados Unidos. Por
fortuna, el nacimiento fue 15 días después y la doctora recibió su diploma con
casi nueve meses de embarazo.
El año rural en el hospital de Vijes le demostró
que su percepción de niña no era equivocada: el médico era un personaje tan
influyente, que la llamaban hasta para elegir la reina del pueblo. Luego fue
directora del Hospital San Luis de Cali, el primero
de doce cargos de su vida profesional.
Disciplinada y estudiosa, en un curso de posgrado
se reencontró con su exprofesor de neuroanatomía,
Jorge Cruz. Por ser su alumna más brillante, la invitó a usar los créditos del
BID para hacer una maestría en la Universidad del Valle. Ella eligió morfología
y genética humana, aquella rama que busca ese macrouniverso
oculto en el microscópico cromosoma, recuerda la hoy recién condecorada por la
Cámara de Representantes con la Orden de la Democracia Simón Bolívar, en el
Grado Cruz Oficial, por sus aportes a la ciencia.
Estudiar con los médicos más prestigiosos y mejor entrenados, la marcó en su
nivel de exigencia y rendimiento. Imposible no recordar al doctor Jorge Aragón,
el docente a quien ella reemplazó cuando este se jubiló en 1985. Extraña
coincidencia, señala ella, él murió el 25 de octubre, un día antes de esta
entrevista.
Y descubrió que enseñar le gustaba tanto como aprender y atender pacientes,
así se enfrente al abismo de la muerte. “Ver morir un paciente es un
dolor insuperable”, dice al evocar a Manuelito,
un anciano abandonado, enfermo de leucemia, cuya única familia era “la doctora”
que lo visitaba dos veces al día. “Cuando murió, no estábamos sino la monjita y
yo rezando y dándole la mano”, cuenta.
Por esa época comenzaron a llegar al HUV muchos casos de bebé con
malformaciones congénitas. Y ella buscó las respuestas en una especialización en
embriología y doce cursos y entrenamientos en Carolina del Sur, Tulane, Milwaukee, en EE.UU., y Barcelona, España, para citar solo los del
exterior.
Halló que en los bebés cíclopes (un solo ojo en la frente) y con sirenomelia (piernas unidas en forma de sirena y genitales
no definidos) pueden influir factores de contaminación ambiental, pero otras
causas están en estudio porque todas las madres no asumen sus
responsabilidades.
En los cuestionarios que aplica, muchas mujeres niegan u ocultan
información. “En el consultorio nadie bebe, nadie fuma, nadie consume marihuana
ni cocaína, nadie ha usado misoprostol para provocar
un aborto”, dice. O sea, la Sucursal del Cielo, puede ser también la del
infierno: muchas de esas malformaciones pueden ser fruto de los efectos del
licor, tabaco, alucinógenos o de un abortivo.
Esta situación la indujo, en 1988, a abrir una línea de investigación
clínica para estudiar estas patologías con un prisma multidisciplinario con el
pediatra endocrinólogo León Alberto Manrique y del neonatólogo Humberto Rey.
Este es su gran logro, además de la formación de tres genetistas más, cuando
ella era la única en la ciudad.
Uno es Wilmar Saldarriaga,
hoy director de la Escuela de Medicina de la Universidad del Valle. Con él se
vincularon en 2004 al Estudio Colaborativo
Latinoamericano de Malformaciones Congénitas, Eclamc,
y el HUV y Univalle pasaron a ser centro de estudio
internacional.
“La importancia de estar en Eclamc es que nos
podemos comparar”, dice la investigadora. Y sus hallazgos la alarman: Cali
tiene el mayor número de casos de cíclopes y de sirenomelia
en América Latina, y de otras malformaciones como gastroquisis
(abdomen abierto e intestinos expuestos) y pentalogía
de Cantrell (tórax abierto y corazón expuesto, no
sobreviven).
Tanta patología congénita en Cali no le parece una mera coincidencia. Más
bien hacen pensar en otra malformación de la sociedad caleña con la rumba
desmedida y sin un manejo adecuado de la sexualidad.
Otra investigación la llevó a Ricaurte, corregimiento de Bolívar, Valle.
Allí, con su entonces alumno Wilmer Saldarriaga, entre 1200 habitantes, halló 40 niños y
jóvenes con Síndrome Frágil X, la primera causa de retardo genéticamente trasmisible. Además de su discapacidad cognitiva, se
caracterizan por tener cara alargada y orejas y testículos grandes.
El estudio les mereció el primer premio de la Academia Nacional de Medicina
2000. Uno de los 15 galardones que ha recibido en su carrera, incluidos 6
internacionales y 7 ‘Javier Gutiérrez al Mejor Docente’, que lo otorgan los
estudiantes de Medicina.
Quienes aún se preguntan quién es la doctora Carolina Isaza, su currículum
de doce páginas revela que los últimos 31 años estuvo enclaustrada en el
laboratorio, el aula, el consultorio... Ahora sus logros la hacen salir del
claustro científico y académico para recibir un galardón más como la científica
influyente que soñó ser.