Causa justa

Los asuntos sociales no tienen dueños, ni su discusión es privilegio de los especialistas o de los gremios, que se concentran demasiado en sus propios intereses y pierden a veces la perspectiva general, que no es otra que la del bien común. Mucho de eso puede estar sucediendo en el debate sobre el futuro de la educación superior en Colombia, que es por definición un asunto que le compete a toda la sociedad y que compromete su futuro, más que cualquier otro de la actual agenda pública, importantísimos todos, pero transitorios porque vienen y van, mientras la educación, buena o mala, queda para toda la vida. Y en ese debate que se ha vuelto un asunto de especialistas y de gremios, están por un lado las universidades públicas, por otro las privadas, más allá las buenas universidades privadas, más acá las universidades de garaje, acullá los tecnológicos y como una sombra omnipresente del futuro educativo nacional, el Sena. Y para empeorar las cosas, al parecer de un lado los rectores y del otro los estudiantes y los profesores, y entre ellos el Gobierno mismo, un tanto autista, embebido de su enorme popularidad y en su dominio eminente del Congreso Nacional. Así que se ve oscuro un paisaje donde debería primar el rigor académico, el estudio ponderado de las experiencias de otros países, el análisis de la propia historia universitaria nacional tan fructífera, y una visión de futuro de lo que debe ser un país, todo lo rico y competitivo que se quiera, pero viviendo armónicamente, arraigado a sus valores culturales, bien educado.

La idea de autorizar la presencia en territorio nacional de Instituciones de Educación Superior con ánimo de lucro, es la piedra de escándalo de ese proceso, porque es lo que divide a todos: al Gobierno y a las universidades, a las universidades y a los tecnológicos, a las universidades privadas buenas y a las malas. Lo absurdo de todo ese debate es que está basado no sólo en el reconocimiento oficial de que no hay más recursos para la educación superior pública, lo cual es de por sí suficientemente preocupante, sino que el dinero faltante debe ponerlo la inversión privada internacional, que según la información disponible nunca lo hace. Francisco Piedrahíta, rector de la Icesi, una universidad lista para competir donde la pongan, quien podría haber sido indiferente, ha completado un triduo de lúcidos artículos sobre el tema, demostrando que lo que las multinacionales educativas hacen en los países donde llegan es comprar instituciones existentes, no hacer inversiones en infraestructura y equipos e impulsar programas académicos a distancia. El balance de tres grandes multinacionales Laureate, Apollo y Whitney, indica millonarias utilidades, bajo índice de graduación, mala calidad de los productos y alto endeudamiento de los estudiantes. Y como subproducto, el desentendimiento estatal de garantizar la educación superior pública.

¿Cómo dejar que eso suceda en Colombia, donde se divide la opinión de la dirigencia de la educación superior, y las universidades públicas se dan por satisfechas con que les aumenten unos recursos que mucho necesitan, las buenas universidades privadas no se sienten amenazadas, las malas ven una oportunidad de legalizar un negocio y los tecnológicos ya andan a la búsqueda de un socio internacional? La causa justa, que es preciso defender y que es de todos, es la de la calidad de la educación superior, y el centro del debate es cómo conseguirla, para ver después cómo financiarla. O sea, al revés de lo que está pasando.