Editorial: La cartera de la salud

Por fin, y tras años de ser reclamado, el país cuenta con un Ministerio de Salud, desaparecido en el 2002 por obra y gracia de su fusión con el de Trabajo.

Desafortunadamente, la carencia de indicadores de impacto impiden hacer un balance acertado del verdadero estado en el que deja el escindido Ministerio de la Protección Social a la salud. No obstante, en la última década, propios y extraños señalaron la falta de rectoría de este ente como uno de los principales responsables de la crisis, el desorden y el progresivo deterioro del sistema. De hecho, varios expertos conectan la ausencia de ministerio con tal declive.

No es de extrañar que la reapertura de esta cartera genere expectativas tan grandes entre todos los actores involucrados. En primer lugar, su sola creación no garantiza la resolución de los problemas estructurales del sector, que, a juicio de muchos, siguen intactos.

El recién posesionado ministro, Mauricio Santa María, tiene la nada fácil misión de convertir esta estructura en la generadora de políticas claras y efectivas, que le apunten a garantizar el derecho a la salud a todos y cada uno de los ciudadanos en términos de equidad y universalidad y con eficiencia financiera.

Hace unos meses, el presidente Juan Manuel Santos presentó la hoja de ruta que recoge una serie de tareas concretas, con cuya ejecución se busca dar cumplimiento a ese objetivo. Es justo decir que se ha avanzado, así sea parcialmente, en algunos aspectos, como el incremento de cobertura (que ya está en el 96 por ciento), la unificación de planes de salud para niños y mayores de 60 años, la búsqueda de nuevas fuentes de financiación, los giros directos a los hospitales, el inicio de procesos para frenar la corrupción y la imposición de topes a los precios de muchos medicamentos.

En otros objetivos claves, la marcha es lenta. Vale la pena mencionar la actualización del POS. Este proceso, que en teoría estaría finalizado el primero de diciembre, ha generado más de una inquietud por la fragilidad técnica con la que la Comisión de Regulación en Salud (CRES) ha llevado a cabo tal labor.

Un segundo aspecto es la decisión del Gobierno de presentar a mediados del año próximo un nuevo enfoque del plan de beneficios, que será universal e incluirá el manejo integral de todas las enfermedades que padezcan los colombianos.

Sin embargo, no hay claridad sobre su financiación ni sobre los mecanismos a los que se acudirá para garantizar que nada de lo que la gente necesite se quede por fuera; tampoco sobre la forma como se lograría una mejora sustancial de la calidad de los servicios.

Le siguen varios asuntos: la cadena de deudas gigantescas entre los agentes del sistema y que tiene al borde del colapso a la red hospitalaria pública; la falta de una política farmacéutica, que defina reglas en materia de precios, calidad, acceso y oportunidad para la gente, y la redefinición del papel de las EPS y un mayor control de las autoridades sobre ellas, entre otros.

Para empezar a funcionar, el Ministerio de Salud debe reconstruirse y transformarse en una entidad capaz de poner a andar las políticas y las medidas conducentes a darle el prometido viraje al sistema. Un giro hacia un componente más preventivo que curativo y hacia la garantía de que su desempeño se mida con base en indicadores de salud y no solo financieros.

La reapertura de esta cartera debe ser asumida como un paso importante hacia la superación de la crisis de un sistema cuyos resultados siguen sin compadecerse con el enorme esfuerzo económico que hace el país para sostenerlo.

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