Detrás de un niño que sufre de cáncer hay factores que desquilibran la estabilidad familiar

 

Hay factores que desequilibran la estabilidad familiar, como perder el empleo, dejar a sus otros hijos y tener problemas maritales.

Una enfermedad grave en un niño implica que uno de los miembros del hogar pierde su independencia y que otro se dedique casi por completo a él.

A ambos se les transforma la cotidianidad, el menor termina abandonando su estudio, alejándose de sus amigos; el cuidador, generalmente la madre, debe dejar de trabajar para encargarse de sus necesidades tiempo completo.

Por el camino, y al tener que enfrentarse a un riguroso tratamiento médico, los dos tienen que separarse del resto de su familia a veces por un período de dos años.

Teniendo en cuenta esto, fue aprobada la Ley 1388 sobre el cáncer infantil que, de cumplirse a cabalidad, puede ser revolucionaria.

Ésta aborda en su complejidad el problema desatado por la enfermedad y que no solo comprende el tratamiento médico en un mismo lugar, sino incluye aspectos psicosociales que rodean al niño y a su familia -albergue, alimentación, transporte, educación- e intenta resolverlos.

La Ley busca romper la alta tasa de mortalidad en Colombia (ver gráfico) de una enfermedad que, con el tratamiento adecuado y a tiempo, puede curarse.

Esto porque, con 2.000 casos al año, registrados, es un problema de salud pública.

"La Ley busca poner en evidencia que un tratamiento completo y en el momento justo, es más rentable para el sistema de salud, pues no debe responder por demandas posteriores por el derecho que tienen los niños a recibir un tratamiento", explica Ana Tarazona, directora de la Fundación Opnicer.

Pero mientras empieza a funcionar la ley, la enfermedad resulta un calvario. "El cáncer infantil es un cáncer familiar", asegura Patricia Salcedo, trabajadora social que acompaña muchos casos donde la dinámica en el hogar se ha detenido y la vida les ha dado un giro de 180 grados.

Llegar a la ciudad

Muchas de las madres de niños enfermos llegan a una capital que no conocen, remitidas de urgencia ya que no hay hospitales de tercero y cuarto nivel en sus ciudades, con el dinero del bus en el bolsillo y sin saber cuándo regresarán a casa. Mariana Ruiz, María Lilia Sosa y Rosa Olivia Acosta no pisan su hogar hace más de nueve meses.

De la primera, su marido piensa que se levantó la bata en la capital. A la segunda, sus hijos mayores nunca le han tendido la mano y su compañero hace tres meses dejó de acompañarla. La tercera, todavía cuenta con el apoyo de los suyos, pese a que su situación económica solo les ha permitido venir a Bogotá una vez.

El primer obstáculo de muchas de estas mujeres es la ciudad donde les toca curtirse a la fuerza. No tienen a dónde llegar ni con qué sobrevivir el día. Muchas terminan esperando que alguien les ofrezca un techo o algo para comer.

Luego viene el viacrucis de pedir las órdenes médicas en alejados puntos de la ciudad -si la EPS no le pone obstáculos por lo cual deben recurrir a tutelas- así como llevar a su hijo a que se tome exámenes en diversos lugares, exponiendo su salud, débil de defensas, en buses atestados de gente.

Adicionalmente, como la quimioterapia es muy fuerte, algunas madres al ver que su hijo pierde el pelo y se pone mal, las hace que deserten el tratamiento, exponiéndolos a una segura recaída.

Deserción, fatal

El abandono del tratamiento es una de las principales razones por la cual la tasa de mortalidad de los niños enfermos es tan alta en el país.

"90 por ciento de los niños con leucemia en los países desarrollados son curados, mientras que en nuestro medio no llegan al 60, a pesar de seguir los mismos protocolos", asegura la hemato-oncóloga pediatra Marta Vizcaíno, del Instituto Nacional de Cancerología.

Ello se debe a que son madres cabeza de familia, porque los niños que no aceptan el tratamiento, por las distancias territoriales, por las dificultades de la remisión de un lado al otro y por su desnutrición.

Para reducir esta tasa ha sido fundamental la unión de fuerzas. Del cuerpo médico, de la institucionalidad y de los entes de control. De allí nació el Observatorio Interinstitucional de Cáncer Infantil y se ha fortalecido la Asociación Colombiana de Hematología y Oncología Pediátrica (Acohpe) que hoy cuenta con 67 especialistas en el país.

Asimismo, las organizaciones sin ánimo de lucro han subsanado las carencias del sistema. Las fundaciones Sanar, Funstall, Leucemia y Linfoma y Opnicer cumplen funciones invaluables a favor de esta población: apoyo psicosocial, asistencia alimentaria y de techo, apoyo legal, subsidios, donaciones.

Justamente esta última logró una importante alianza con el Dana Farber Cancer Institute y el Instituto Nacional de Cancerología para mejorar la atención en niños y construir una unidad de cuidados intensivos especializada.

Todos los actores tienen como misión hacer valer el derecho de los niños por recuperar su salud. Y con ello, intentar reconstruir el tejido social que por el camino fue quedando maltrecho.

Ley 1388, tratamiento integral

Impulsada por el senador Iván Moreno, la Ley incluye, entre otros aspectos:

Consultas, diagnóstico, medicamentos, operaciones y seguimiento.

Los aseguradores autorizarán todos los servicios que requiera el menor, de manera inmediata.

Estos servicios se prestarán en la Unidad de Atención de Cáncer Infantil, sin que sea una limitante el pago de Copagos o Cuotas Moderadoras, independientemente del número de semanas cotizadas.

El incumplimiento será sancionado con una multa hasta de 200 SMMLV.

Se crea el Registro Nacional de Cáncer Infantil, que cuenta con el diagnóstico, seguimiento y evolución del tratamiento.

Los beneficiarios de la ley tendrán derecho, cuando así lo exija el tratamiento o los exámenes de diagnóstico, a contar con los servicios de un hogar de paso, pago del costo de desplazamiento, apoyo psicosocial y escolar, de acuerdo con sus necesidades.

'La quimio le ha dado muy duro'

Rosa Olivia Acosta, Pitalito (Huila).

"Mi hija tiene 17 años. No conocíamos Bogotá. Mi esposo ha venido a acompañarnos, pero tiene que volverse a ganar el jornal para poder ayudar. Bregar con los medicamentos de la niña porque la EPS a veces no cumple.

Me ha tocado meter dos veces tutelas, pues las EPS no se querían hacer cargo del tratamiento. Eso influyó en la recaída que tuvo la niña. La quimioterapia le ha dado muy duro.

En Pitalito se desmayaba y solo le daban pastillas para el dolor. Aquí, luego de dos biopsias, nos dijeron que tenía cáncer. Le tocó dejar el estudio. En la escuelita del Instituto hace manualidades. Es difícil, pero hay que seguir luchando por la vida de ella. Eso me da fuerzas".

'Aquí no conocíamos a nadie'

María Lilia Sosa, San Vicente del Caguán (Caquetá).

"En el pueblo mi hijo estuvo hospitalizado tres meses, más muerto que vivo. No sabían qué tenía. Lo remitieron a Florencia y durante un mes y medio tampoco dieron con su enfermedad.

Lo remitieron al Instituto Nacional de Cancerología, en Bogotá. Aquí no conocíamos a nadie.

Una señora me prestó ayuda, porque no tenía para dónde ir. A veces ni comía. Me mandaron a un albergue. Hace tres meses que mi esposo no viene por acá.

Tengo siete hijos más, pero me dejaron sola. En el pueblo trabajaba, acá no he podido hacer nada porque hay que estar pendiente del niño. Van a ser nueve meses. Al parecer, en dos semanas podemos irnos para la casa".

'Fue duro, porque yo no sabía leer'

Mariana Ruiz, Sotaquirá (Boyacá).

"Mi hijo estaba decaído, no comía y tenía pequitas moradas en el cuerpo. Lo llevé a las urgencias del pueblo y de ahí lo mandaron a Tunja. Después de un mes lo remitieron a Bogotá en ambulancia.

Era la primera vez que veníamos a la ciudad. Fue duro, porque yo no sabía leer. Aquí una doctora me dijo lo que tenía y se me vino el mundo encima.

Tengo dos niñas más que se quedaron en Sotaquirá. Querían venir, pero no tenía cómo recibirlas. Mi esposo sigue allá, dice que está aburrido. Va a ser un año que estamos aquí. Vivimos con la ayuda del hospital y el albergue. La EPS cambió de contrato y puede que tenga que recurrir a tutela, sino el niño puede recaer".

DOMINIQUE RODRÍGUEZ
Redactora de EL TIEMPO