Esta porción de habitantes de la capital del
Valle es la responsable del auge del crédito, la tecnología y el comercio.
Consumen $25 billones al año.
Angela Rodríguez lo tuvo todo. Era la hija de un
próspero empresario, dueño de dos conocidas marcas de vestidos de baño en Cali
que tenían 400 empleados y juntas facturaban más que cualquier compañía de la
competencia en el país.
Una de las empresas la administraba ella, era suya y de sus hermanas. Pero
de pronto se estrelló con la adversidad y le tocó dejar su casa de El Ingenio,
mudarse a una edificación abandonada en el norte de Cali -gracias a la caridad
de un amigo-, e ir a buscar comida en la galería Santa Elena para sostener a su
familia. Ya no podía ir a Carrefour.
La vida le dio un giro de 180 grados. Los bancos embargaron sus cuentas, la Dian se quedó con el edificio de cinco pisos donde funciona
su empresa porque había dejado de pagar el IVA, los acreedores se quedaron con
su casa, sus carros y aún quedaba debiendo.
Ángela se bajó de estrato. Ya no podía hacer parte de la clase alta, ni
siquiera de la clase media porque lo único que tenía eran deudas. Pero su
mentalidad emprendedora la hizo buscar crédito extrabancario
en una oficina de la Plaza de Caicedo para montar una microempresa de
confecciones en el barrio Bretaña y resurgir de entre las cenizas.
Ángela volvió a subir de estrato. Ahora pertenece a la clase media-alta de esta ciudad, por sus ingresos, su
calidad de vida y el sitio donde vive: Los Cámbulos,
Allí se sostiene y hace su mejor esfuerzo por no volver a caer. Su vida es una
novela que está por escribirse.
Javier Saavedra, docente de una universidad, es uno de los miles de
profesionales que se aferra a un modo de vida de clase media que no quiere
perder, pese a que su difícil situación económica trata de expulsarlo de ese
club poco exclusivo pero importante de la sociedad.
La docencia era sólo una ayuda extra para Javier hasta que perdió su empleo
principal en una empresa hace un año. Hoy, la universidad
le hace un contrato por cuatro meses y cada semestre académico que termina
queda cesante. A Javier le ha tocado acomodar su estilo de vida a esa nueva
condición. No tienen beneficios extralegales, debe ahorrar de lo poco que gana
porque se queda dos o tres meses al año sin trabajo y entonces tiene que
anticipar gastos: pagar arriendo, colegio del niño y comida.
Su esposa también debe trabajar para ayudar en los gastos de la casa y no se
pueden dar el lujo de tener una empleada doméstica. Pero no ha dejado de vivir
en El Limonar, un barrio de estrato 4, de clase media.
La media es la clase típica en Cali. No tiene la plata y comodidades de la
clase alta, pero tampoco todas las carencias de la clase baja. Es la llamada
clase ‘sandwich’. La que soporta la presión de arriba
y de abajo (no puede subir de estrato, pero tampoco quiere bajar).
La que vive apretada por las deudas y las tarjetas de crédito para sostener
un modo de vida: una vivienda en un mejor lugar, el auto y el vestido de moda,
el colegio de buen nombre, el viaje a San Andrés y las fiestas de roce social.
Según el Departamento de Planeación Municipal, el 45% de la ciudad es de
clase media y corresponde a un amplio rango que incluye los estratos 3, 4 y 5,
siendo el 3 la clase media-baja y abarca el 30.6% de la ciudad: el estrato 4
clase media-media con el 7.21% y el estrato 5 ó media-alta con el 7.23% de la
zona urbana de Cali (ver mapa).
José Fernando Sánchez, sociólogo de la Universidad del Valle, quien ha
estudiado el tema de la clase media, señala que hace 40 años, este segmento de
la sociedad era una clase privilegiada, porque estaba integrada por
profesionales que siempre conseguían empleo a término indefinido con buenos
sueldos, consiguieron casa, carro y beca y vivían cómodamente.
Hoy las cosas han cambiado, asegura. Ya no todos los profesionales que salen
de las universidades consiguen empleo porque la oferta laboral es menor que la
demanda y “las mismas condiciones de trabajo se han precarizado”.
Los empleos hoy son a término fijo, por meses, a un año, a través de
terceros como cooperativas asociativas de trabajo que descuentan un buen
porcentaje por intermediación y no ofrecen primas, vacaciones, ni prestaciones
extralegales. La salud y la pensión corre por cuente del trabajador.
Eso ha hecho que la condición de vida de la clase media se deteriore y la
gente viva al debe, señala Sánchez.
Sin embargo, entre el 2004 y el 2010, el segmento de clase en media típica
en Cali ha aumentado, mientras se ha reducido la proporción de clase media-baja
y clase media-alta (ver mapa y gráficos).
También se observa que hay un pequeño aumento en la población de estrato
bajo-bajo en ese periodo y cierto repunte en el estrato alto.
A decir de los analistas esto muestra al menos dos cosas. Una, que los
cinturones de miseria siguen creciendo, estimulados seguramente por personas
desplazadas que llegan a la ciudad. Y, dos, que pese a ello, hay una dinámica
económica que ha permitido mejorar las condiciones de vida de algún segmento de
la población de clase media-alta que ha podido migrar al estrato alto.
Alvaro Marín, autor de libros sobre crisis
empresarial, sostiene que hoy la gente vive mejor que hace muchos años y, en
general, “no creo que desde el ámbito económico el nivel de vida de la gente
esté retrocediendo”.
“Es posible que haya más factores que afecten la tranquilidad, pero
económicamente no hay duda que hoy se vive mejor que hace 20 o 25 años”,
sostiene el académico.
En efecto, Sánchez sostiene que con la reactivación económica del país y
según cifras de Fenalco, ha habido un incremento del
consumo y un boom de estas capas medias de la
población, tras años de crisis. La misma aparición de nuevos centros
comerciales, restaurantes y sitios de comercio y diversión así lo indica. Estos
sectores medios tienen hoy cierta capacidad de ahorro, compran vehículos,
vivienda y gastan más (ver nota anexa).
El Estado mismo es un generador de ese bienestar, advierte el sociólogo y
hay entidades como la Universidad del Valle, Emcali y
la CVC que pagan bien y tienen prebendas que muchas empresas privadas no
tienen.
Sin embargo, son nichos donde las palancas funcionan, como en muchas
empresas privada, pese a que tienen procesos de
selección de personal. Pero, en últimas, es la recomendación política o de
personas de la misma empresa la que determina la vinculación del empleado.
De esta manera, los buenos empleos quedan en personas cercanas, amigos o
conocidos de una clase media que no abre tantos espacios como se esperaría a la
población emergente. Esta debe seguir con la tercerización
contractual, a no ser que se especialice tanto como para lograr por méritos un
buen puesto, concluye Sánchez.
Con todo, Cali es hoy una ciudad de Talla M, una talla promedio en la que
caben cerca de un millón de caleños que hacen hasta lo imposible por no perder
esa medida. Cueste lo que cueste.