Editorial: La calentura no está en las urgencias

Por: EDITORIAL

Los servicios de urgencias están en el ojo del huracán. Son las consecuencias de una crisis profunda y estructural del sistema de salud, que requiere audaces soluciones.

 

Una muestra de lo hipersensibles que están los colombianos frente a las fallas del sistema de salud es la indignación que generaron el fallecimiento de un hombre de 58 años con diabetes, mientras esperaba la autorización de una diálisis, y la muerte de una niña de 11 meses a escasas horas de ingresar al servicio de urgencias de una reconocida clínica pediátrica.

Lo primero que cabe decir, además de lamentar profundamente ambas pérdidas, es que sus causas trascienden los hechos y los escenarios en los que ocurrieron, así como las interpretaciones ligeras y las generalizaciones en las que tiende a caerse en estos casos, y tocan la estructura misma del sistema de salud.

Los dos episodios son, a la luz de un análisis concienzudo, el reflejo del desorden general y la indolencia de un sector que no ha logrado, pese a las reformas, los ajustes y los públicos compromisos de las autoridades, remontar problemas fundamentales, que han acabado por afectar, de manera muy negativa, la calidad y la oportunidad de los servicios de salud que reciben los colombianos.

Las urgencias hoy llevan la peor parte. Dado que estas están en la obligación de atender todos los casos que se presenten, acabaron, lamentablemente, convertidas para la gente en una forma más o menos expedita de acceder a los tratamientos, procedimientos y medicamentos que el sistema le niega a punta de trabas administrativas y demoras injustificadas.

Un estudio de la Asociación Colombiana de Hospitales y Clínicas (ACHC) demostró que al menos cuatro de cada diez casos que reciben a diario atención de urgencias no tienen el carácter prioritario que justificaría la demanda de estas. Es decir, podrían atenderse en otras instancias del sistema.

Los propios usuarios reconocen que, si optan por tal opción y no por el conducto regular de una consulta externa, por ejemplo, es porque son muy conscientes de las demoras en la consecución de una cita, de la carencia de redes cercanas a su casa y de que no siempre les resuelven sus problemas.

Por su parte, otros expertos aseguran que esto también es reflejo del abandono inexcusable, incomprensible, en que están las acciones de promoción de la salud y prevención de la enfermedad en Colombia. Pese a ser uno de los pilares sobre los cuales se edificó el sistema, el esquema de atención sigue siendo eminentemente reactivo y curativo; rara vez, preventivo. Es explicable, entonces, que este sea un país de ciudadanos enfermos.

Las congestiones que en urgencias generan los altos niveles de morbilidad, la falta de oportunidad ambulatoria y el mal uso que la gente hace de ellas dificultan la correcta atención de los casos vitales en estas unidades.

A pesar de que distintos actores del sector han venido lanzando advertencias sobre el ya común colapso de estos servicios, los problemas afloran con casos como el de la niña de 11 meses, que enreda a un prestigioso centro asistencial.

Son entendibles el rasgar de vestiduras de los órganos de vigilancia y control y el anuncio de investigaciones exhaustivas, además de la clara intención de algunos funcionarios de buscar protagonismo en estas situaciones coyunturales.

Lo que resulta incomprensible es que ni uno solo de dichos actores haya sido capaz de reconocer públicamente que la calentura no está en las salas de urgencias, sino que hay que buscar la fiebre en la crisis profunda y estructural del sistema de salud.

El remedio no consiste, hay que insistir en eso, en simplemente sacar la cara para poner titulares, sino en lanzar propuestas sensatas y en ser audaz en las soluciones.