Buenos Aires En Tiempos De Virus

CORRESPONSAL DE EL TIEMPO Por momentos, la barra de los bares porteños parece la mesa de un quirófano. No se sirve la carne con bisturí, pero los meseros aparecen con guantes de látex, gorro y barbijo (como le dicen en Argentina al tapabocas).

Y mientras la fisonomía de la ciudad y del país se ve alterada, la ciencia parece peleada con el sentido común, al menos si se mira lo que hacen las autoridades sanitarias.

El brote de influenza, que ya cobró 83 muertos y afecta a más de 100 mil personas, transformó los hábitos de millones y demostró, a la vez, cuán socialmente indiferentes, improvisados y hasta irresponsables pueden ser muchos de los habitantes de estas pampas ante una situación límite como la que plantea la gripa A.

Para prevenir la llegada del virus que afectó a México, E.U. y otros países, la primera medida del Gobierno de Cristina Kirchner fue la de suspender los vuelos de las aerolíneas mexicanas. El efecto inmediato fue el brote de casos de discriminación alevosa contra ciudadanos mexicanos.

Para cuando la gripa A comenzaba a poner a prueba el sistema sanitario –como dos meses antes lo había hecho el dengue– el país estaba harto de la campaña electoral. La entonces ministra de Salud, Graciela Ocaña, recomendó a la jefa de Estado suspender los comicios ante el número creciente de casos.

Pero las elecciones eran más importantes.

Después de la jornada electoral, el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, sancionó la emergencia sanitaria “sin prohibición para asistir a espectáculos públicos”, aunque recomendó a la gente “quedarse en casa”.

La final del campeonato local de fútbol entre Vélez Sársfield y Huracán no fue suspendida y se jugó con estadio lleno. Lo mismo pasó con la final de la Copa Libertadores, entre Estudiantes de La Plata y Cruzeiro de Brasil. El fútbol también fue más importante.

Horacio Maldonado, encargado de una cafetería, dice: “La gente no entra. Los empresarios de cines y teatros decidieron suspender las actividades por 10 días, pero nosotros no podemos hacer lo mismo, porque nadie nos va a cubrir el lucro cesante”.

Precioso alcohol El subte (metro) y los buses no alteraron sus servicios. Los usuarios, en cambio, desarrollaron un nuevo hábito: llevar alcohol en gel para restregarse las manos.

Esa es la última novedad en droguerías y también en el gusto del argentino medio. El alcohol en gel se vende en estos días más que el Malbec (vino).

Incluso, el precio supera al de muchos buenos frutos de la vid.

“Esta botellita de 250 cc costaba hasta hace 10 días 3 pesos (70 centavos de dólar). Ahora se vende a 15 (3,4 dólares) para no perder dinero, porque escasea”, explica el vendedor de un quiosco. La fila de clientes es inusualmente larga.

Diego Bontempo, un ferretero hábil para los negocios, guarda en su depósito 10 cajas de alcohol líquido. “A mí no me va a faltar. Y, si no lo uso, lo vendo. Ya le tripliqué el precio”. Y es lógico que eso ocurra en una sociedad en donde la inventiva todavía no ha sido afectada por brotes de virus ni por política económica alguna. Después de todo, en tiempos de crisis kirchnerista y de influenza, la deducción es una sola: sobrevivir sigue siendo lo más importante.

UN BESO NO SE LE NIEGA A NADIE Los barbijos (como llaman en Argentina a los tapabocas) representan el último grito de la moda allí.

“Están agotados en todas sus versiones y si conseguís uno cuesta el 400 por ciento de su valor porque los proveedores no entregan”, asegura Sabrina Fernández, vendedora mayorista de productos farmacéuticos.

Aunque el uso de estos tapabocas busca mantener a raya al virus, a la hora de encontrarse con amigos, novios y novias, el barbijo es retirado y el beso no se le niega a nadie.

Mientras Sabrina habla, desvía su mirada hacia una escultural morocha (morena) que pasa luciendo ‘el barbijo fashion’, un tapabocas con una mariposa dibujada. Los hay con palomitas, con desnudos y hasta con Michael Jackson, la estrella del pop recientemente fallecida