Editorial: La bacteria, río arriba

Lo sucedido solo se explica por el descuido de medidas elementales de higiene y salud pública.

    Hasta en las mejores familias se cuecen habas. Este famoso dicho les casa perfecto a las autoridades de salud alemanas, que solo después de una treintena de muertes y miles de afectados por una variante desconocida de la bacteria E. coli creen haber encontrado el origen del brote infeccioso que sembró, durante varias semanas, el pánico en Europa.

    Ayer se confirmó, según los análisis del Instituto Robert Koch, que unos brotes germinados procedentes de una granja de cultivos biológicos de Baja Sajonia (Alemania) son los responsables de la propagación de la nueva y peligrosa cepa.

    La demora ha hecho que le lluevan críticas al manejo que Alemania le dio a la emergencia, y que incluyó el rápido señalamiento de pepinos de España como la fuente de la contaminación, y la restricción del consumo de otros vegetales.

    La comunidad sanitaria no se explica por qué se llegó a esta conclusión, si es claro que las verduras, las semillas, las carnes o cualquier otro comestible son simples eslabones en una cadena de transmisión que, en el caso de la E. coli, es bien conocida.

    Esta bacteria, muy difundida en todo el mundo y que se aloja en los intestinos de los seres humanos y los animales, tiene muchas cepas; las más agresivas son capaces de producir toxinas, que desembocan en males como gastroenteritis severas, destrucción de glóbulos rojos y deterioro mortal de los riñones.Problemas como el ocurrido en Alemania suelen producirse cuando el microbio contamina los alimentos destinados a consumo humano.

    Este llega allí por contacto directo o a través de agua contaminada con él.

    La identificación de la fuente primaria de un brote como este exige unas pesquisas que cubren los acueductos y alcantarillados, la disposición de las aguas servidas y el tratamiento final de las aguas residuales, incluidas las provenientes de todas las actividades agropecuarias, como la cría de cerdos, aves y vacunos.

    El estiércol procedente de dichas fuentes puede contaminar las aguas que se usan para regar cultivos, y eso ocurre, incluso, en las zonas rurales de países tan desarrollados como Alemania.

    Si se carece de sistemas efectivos de tratamiento, es alta la posibilidad de que, aun a través del subsuelo, ríos, lagos, estanques y otros reservorios acuíferos que sirven de fuente de suministro para la gente y el ganado se contaminen. Un círculo peligroso que ofrece el medio ideal para la mezcla y mutación de patógenos como la E. coli.

    No hay manera de disculpar lo sucedido, que solo se explica por el descuido de medidas elementales de higiene y salud pública, un tema que se da por sentado en economías ricas como las europeas.

    A la larga, hay que verlo así, el episodio alemán -que pudo haber acabado convertido en una pandemia- es un campanazo de alerta para todo el mundo, especialmente para aquellos países que han descuidado aspectos claves de la salud pública, como la promoción del lavado de manos, las medidas de saneamiento básico y la disposición de agua potable.

    Si tales medidas, descritas en su mayoría desde el siglo XVII, se aplicaran juiciosamente, sería posible evitar los cerca de 200 millones de enfermos que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), producen cada año las distintas cepas de E. coli, principalmente en América Latina, Asia y África.

    Los ahorros en términos de años de vida saludable y costos para los sistemas de salud serían inmensos; también se evitarían alarmas sanitarias como la de Alemania, que acaban creciendo cuando se busca el ahogado río arriba.

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