El sistema colombiano adolece
de graves defectos. Lo más notorio, el olvido de la promoción de la salud y de
la prevención de la enfermedad, es decir, de una política de atención primaria.
Hace
35 años, en la ciudad rusa de Alma-Ata, los representantes de 134 países
suscribieron una solemne declaración de principios, objetivos y estrategias en
torno del propósito de proteger y promover la salud de todos los pueblos del
mundo. Ese bienintencionado propósito estableció como instrumento para
alcanzarlo una estrategia llamada Atención Primaria de Salud, y se fijó el año
2000 como meta para que todos los países comprometidos estuvieran disfrutando
un nivel de salud acorde con una vida social y económica productiva. Esa
aspiración se identificó con el eslogan 'Salud para todos'.
Como era evidente, para los firmantes de la Declaración de
Alma-Ata la atención primaria de la salud representaba el primer nivel de
contacto de los individuos, la familia y la comunidad con el sistema de salud
vigente, llevando lo más cerca posible la atención al lugar donde residen y
trabajan las personas. Este propósito inteligente hacía eco del precepto sabio
que en salud pública se erige como un imperativo categórico: "Es bueno que
el individuo enfermo acuda al Estado en demanda de ayuda, pero es más saludable
que el Estado acuda al individuo sano para proteger y promocionar su
salud".
Además, la Declaración daba por sentado que la atención primaria
exitosa era la vía para el desarrollo social y económico exitoso de cualquier
sociedad. Esta manifestación, optimista con fundamento, era un llamado a que
todo gobierno -a riesgo de que fuera tildado de irresponsable- acogiera dicha
política sanitaria. No solo debía tenerla en cuenta. Su deber era considerarla
como un asunto prioritario, como una necesidad de Estado, dado que la salud ha
sido consagrada como un derecho fundamental, de la que aquel debe ser garante.
Así las cosas, transcurrió el tiempo y llegó el año 2000 sin que
la "salud para todos" se hubiera hecho realidad. Algunos países se
acercaron a la meta, pero otros, particularmente aquellos del tercer Mundo y
otros de regiones en vías de desarrollo, han estado distantes. Por eso la
Organización Panamericana de la Salud (OPS) encontró conveniente que se
adelantara una política de renovación de la Atención Primaria en las Américas,
teniendo en cuenta los nuevos desafíos epidemiológicos y el desarrollo de
nuevos conocimientos tecnológicos. En su informe, la OPS registró que a pesar
de las enormes inversiones efectuadas en la mayoría de los países, los
resultados han sido limitados, contradictorios o incluso negativos, respecto a
la mejora de la salud y la equidad.
Aun cuando en los últimos dos decenios se ha
visto un incremento considerable de la cobertura en salud, el sistema
colombiano adolece de muchos y graves defectos. De lo criticable, lo más
notorio ha sido el olvido de la promoción de la salud y de la prevención de la
enfermedad, es decir, de una política de atención primaria. Explicable que el
paludismo, la tuberculosis, la sífilis, la desnutrición, en vez de verse
erradicadas, o atenuadas, se hayan exacerbado. La mayor preocupación ha sido la
atención de la enfermedad sin percatarse de que esa modalidad conduce a
perpetuar la enfermedad y a hacer más gravoso el presupuesto de la salud. No
es, por ello, una política sanitaria adecuada. Puede que sea rentable para
quienes administran el sistema, pero no para los verdaderos intereses y el
bienestar de los colombianos. Ha faltado criterio lógico para tener en cuenta
que la atención primaria no solo es la puerta de entrada al sistema, sino que
debe ser también la base, los cimientos que lo sostengan, que lo hagan
confiable. En otras palabras: la atención primaria de la salud es la médula, el
eje de un buen sistema sanitario.