Angelitos de basurero
Uno
de los fenómenos que más consternación producen en una sociedad es el de los
recién nacidos abandonados. Por ser el súmmum de la
crueldad contra el más frágil y desvalido de los seres humanos, dispara las
alarmas confirmar que en Bogotá esta tragedia está en ascenso. Cada año, en la
capital, unos 100 bebés entre cero y doce meses de edad son dejados en las más
peligrosas condiciones en calles, basureros, andenes y vehículos de transporte
público.
Esta
medida -a todas luces desesperada y que en algunos casos conduce a la muerte
del menor- es resultado perverso de la trágica combinación de embarazos no
deseados de jóvenes, extrema pobreza y maltrato intrafamiliar. Situación que
lleva a cometer un acto no sólo aberrante y casi contrario a la naturaleza sino
considerado como delito de tentativa de homicidio. A pesar de la dificultad de
establecerlo con máxima robustez estadística, no es descabellado presumir que
el porcentaje de jóvenes que abandonan a sus hijos en Bogotá crece
paralelamente con el disparado número de casos de embarazos adolescentes.
Según
la Secretaría de Salud de la capital, cada año nacen 20.000 bebés -en su
mayoría no deseados- de madres entre los 15 y los 19 años. Si bien la gran
mayoría de ellas asumirán las dificultades de su nueva condición materna, sólo
un pequeño porcentaje que opte por el abandono basta para configurar una
inmensa tragedia social. No sorprende, entonces, que un estudio revele que, con
datos del 2005, Colombia registre más de 21.000 menores en estado oficial de
abandono.
Frente
a esta realidad en aumento, es preciso que el Gobierno actúe para minimizar las
consecuencias de abandonar a un bebé en un callejón más allá del merecido
castigo penal contra la madre canalla. Sin olvidar el
impulso inmediato de programas exitosos de salud sexual y reproductiva para las
jóvenes, son también perentorias medidas para acoger a los bebés cuyo destino
inminente es un basurero. Alemania, por ejemplo, inauguró hace ya diez años la
primera "cápsula" para depositar bebés no deseados. Poco después,
Austria, Suiza, Hungría, República Checa, Japón, Sudáfrica e Italia se sumaron
al mismo sistema. De este modo, las madres que no pueden encargarse de sus
bebés los dejan en una incubadora ubicada cerca de hospitales o en puntos
estratégicos de las ciudades, con la posibilidad de tomar sus huellas plantares
en caso de querer recuperarlos. La opción de estos países emula la función que
por siglos asumieron los noviciados, en cuyas puertas se solían hallar
neonatos.
Bogotá
bien podría ofrecer este cobijo a los bebés -ya sea con incubadoras o con una
línea telefónica, como se instauró en España-. Sin embargo, salvar la vida del
recién nacido no es más que el principio de un drama mayor: miles de niños
crecen a la espera de encontrar un hogar cariñoso que los reciba.
La
reducción de los embarazos adolescentes es una meta que la capital está en mora
de alcanzar. El deterioro de esos indicadores ha sido continuado y ha
retrocedido el avance en planificación familiar y salud sexual que, hasta hace
unos años, la sociedad colombiana se preciaba de gozar. La información que
acompaña los programas de derechos sexuales orientados a los adolescentes son
de gran utilidad tanto para prevenir un nacimiento no deseado como para conocer
las opciones de adopción legal que eviten el abandono criminal.
Que
cada tres días se deje a su suerte, y en una bolsa de plástico, a un recién
nacido en la vía pública en Bogotá es una realidad inaceptable que merece un
abordaje inmediato de las autoridades. Otras medidas más complejas y de
incierta efectividad se requieren para curar el alma de una generación de
jóvenes que han sido abandonados por sus padres y han crecido sin su guía y
afecto.