La alimentación y los lazos afectivos / OPINIÓN

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La columna 'En familia', de Juan Fernando Gómez, de la Sociedad Colombiana de Pediatría.

Los niños, en su proceso de crecimiento y desarrollo, necesitan un acompañamiento inteligente y afectuoso, que les aporte lo necesario para su existencia, en el momento en que lo requieran y en la cantidad y calidad adecuadas.

Una de las necesidades primarias es la alimentación, que, brindada con afecto y asertividad, se constituye en un pilar de la crianza y favorece el desarrollo del niño.
Además del valor nutricional, esta juega un papel socializador, mediante el establecimiento de reglas y normas que la familia promueve de acuerdo con su tradición cultural, y a través de la formación de hábitos alimentarios saludables, que se convertirán en elementos claves para una adultez y una vejez sanas.

Pero es importante recordar que, en ocasiones, la alimentación puede ser un factor de tensión familiar, en el que los lazos afectivos que deberían allí fortalecerse se transforman en mecanismos autoritarios o permisivos, ambos indeseables.

Cuando por temor a que el niño inapetente se desnutra, es obligado a comer mediante el chantaje, la súplica o la amenaza, se trastornan los mecanismos fisiológicos del hambre y, lo que es más grave, se afectan el amor y el respeto que hacen parte del vínculo afectivo. Se generan sentimientos de temor que le niegan al niño la posibilidad de ser y crecer en un ambiente favorable.

En otras ocasiones, dentro del mismo contexto, el niño se convierte en un tirano de su entorno y aprende a manipular a los adultos, aceptando la comida cuando quiere gratificarlos y rechazándola cuando desea perturbarlos.

Es frente a estas situaciones cuando aparece el nefasto recurso del castigo físico, que convierte el momento de la alimentación en una contienda con una distorsión de lo que sería deseable como oportunidad de reunión y de intercambio afectivo intrafamiliar.
Es necesario reconocer las ondulantes etapas del apetito por las que pasan los niños, como ocurre, por ejemplo, en el segundo año de vida, cuando la velocidad de crecimiento es menor, al igual que la ingesta de alimentos, lo que permitirá entender y atender las necesidades alimentarias en el momento oportuno, sin que se afecten las relaciones.

JUAN FERNANDO GÓMEZ