Alcohólicos Anónimos

Cierto caballero bogotano que tenía fama de simpático, buen golfista y borrachín decidió “dejar el trago” cuando, tras una juerga de varios días, se despertó en brazos de una princesa guajira con la que acababa de casarse. Al regresar a la capital, buscó a un amigo que lo había invitado inútilmente a ingresar a Alcohólicos Anónimos y se puso en sus manos. Acababa de llegar a ese punto de inflexión que induce a muchos alcohólicos a cambiar de vida.

Un tiempo después, el conocido cachaco se había convertido en un apóstol de la lucha contra la embriaguez. Su convincente labor permitió que decenas de personas siguieran su mismo camino.

Alcohólicos Anónimos, la entidad que rehabilitó al inolvidable personaje de marras, cumple en estos días 75 años. Nació en Akron, Estados Unidos, en 1935, y hoy se extiende a 180 países donde operan más de 2 millones de miembros incorporados a 116.000 grupos. La estructura que establecieron sus fundadores, Bill Wilson y Bob Smith, sigue siendo la misma: se trata de un programa de apoyo mutuo, colectivo y voluntario a favor de la sobriedad. Los miembros de AA solo son anónimos hacia fuera. Dentro de los grupos se identifican y confiesan su dependencia de la bebida. La meta es no consumirla nunca más; pero, como planteada así parece una utopía, adoptan una fórmula minimalista: hoy no bebo. Y la repiten a diario.

El tratamiento es una mezcla de apoyo sicológico, asistencia espiritual y fortalecimiento de la voluntad. En algunos países los jueces pueden disponer que un ebrio consuetudinario se matricule en un grupo de AA, pero el ingreso a los grupos suele ser espontáneo y gratuito. Al final, permanecen los que quieren o los que llegaron a convicciones profundas sobre la importancia de dar un timonazo a su vida. Se calcula que por cada dos varones está matriculada una mujer.

Uno de los secretos es la asistencia mutua entre los miembros. Sus reuniones revisten la formalidad indispensable para que sean eficaces, pero no las preside ninguna autoridad jerárquica ni operan bajo constante control clínico. Los propios ex alcohólicos las manejan, oyen a sus compañeros, los aconsejan y los asisten. Hay charlas en torno a los problemas del alcohol y conferencias médicas sobre la dipsomanía como enfermedad, uno de los planteamientos pioneros de la organización.

Los resultados son positivos. Una investigación del 2004 en Norteamérica mostró que, en promedio, los miembros de AA persisten ocho años en su sobriedad, aunque, por supuesto, hay algunos que no recaen nunca más y otros –el 26 por ciento– que se retiran y vuelven a beber antes de un año. Otro tanto permanecen alejados de las copas de uno a nueve años, y el 36 por ciento sigue sin beber después de diez. Sin embargo, las cifras varían de grupo en grupo y de país en país. Algunos registran un 52 por ciento de deserciones en el primer trimestre.

A lo largo de sus 75 años de vida, AA ha rescatado a cientos de miles de alcohólicos. Por ende, cientos de miles de familias han podido recuperar algo parecido a la normalidad, pues el mayor drama del alcoholismo es el daño que inflige a las familias, víctimas inocentes de la adicción.

En Colombia funcionan 913 grupos y 13.500 miembros repartidos por casi todo el país. El alcoholismo, lo dijimos en un reciente editorial (10 de junio), es causa importante de muerte en el mundo y en Colombia, donde está presente en buena parte de los 5.697 accidentes de tráfico fatales ocurridos el año pasado. Aunque hay otras terapias diferentes a las de AA para tratar a los enfermos de este mal, sea el momento de destacar y agradecer la callada labor que desde hace 75 años realiza esta institución en el mundo entero