"El aburrimiento es una
enfermedad mental”: Climent
Carlos
Climent no puede desprenderse de su condición de psiquiatra ni siquiera a la
hora de hacer mercado. Cada vez que empuja desprevenido su carrito por La 14,
debe detenerse varias veces, soltar las legumbres o devolver el pan al estante
para atender las preguntas, las consultas y los comentarios de los lectores de
su columna dominical en El País, que según explica ha sido su escuela para
escribir.
“Por
la reacción de los lectores comencé a notar que yo usaba muchos términos
científicos que podían dar lugar a confusiones entre la gente”, confiesa
Climent. Por eso su nuevo libro, ‘Los tiranos del alma’, no está escrito para
los académicos, y mucho menos para sus colegas psiquiatras.
Es
un libro dirigido a todos los lectores comunes y corrientes que quieren
comprender en un lenguaje muy sencillo y lleno de ejemplos, las principales
‘trampas’ mentales que impiden tener una mejor salud mental, psíquica y
emocional.
Sumando
el número de días, semanas, meses y años que la gente deprimida no va a
trabajar, a nivel mundial se pierden 50 millones de años por año, según estudios.Carlos Climent, psiquiatra.Los comentarios que los
lectores le hacen de viva voz, o por Internet, han sido de gran utilidad para
aterrizar muchos conceptos y hacerlos digeribles para el gran público. El
resultado es un libro valiente -hay qué decirlo- pues muchas de las
‘patologías’ que Climent describe en ‘Los tiranos del alma’ no aparecen en los
compendios de psiquiatría, “incluso pueden irritar a mis colegas, pero no están
basadas en teorías sino en la realidad”, explica.
Hablamos
con Climent, no desde un supermercado, pero sí desde su consultorio al oeste de
la ciudad. Desde su ventana se observa el río, un símbolo del fluir, un símbolo
del cambio, un río que se ha llevado consigo los secretos que ahora se
convierten en libro.
Doctor Climent, en 50 años de experiencia habrá conocido
infinidad de casos. ¿Cómo seleccionó los que aparecen en ’Los tiranos del
alma’?
Yo
creo que fue un proceso. Fui resumiendo muchos de estos casos en mi columna de
El País, y también me guié por las preguntas que me hacía la gente en la calle,
o en Internet. Yo había escrito para mis colegas, no para el público en
general, y realmente en esta fase de mi vida lo que me interesa es escribir
para la gente, para ver si de alguna manera puedo servir, contribuir a la salud
mental de los colombianos.
¿Cómo protegió la identidad de los casos que aparecen en
el libro?
Los
casos que elegí son la condensación de muchos casos. Los nombres usados son
ficticios. Y las circunstancias son arregladas, para que no hubiera posibilidad
de que alguien se sintiera identificado. Son casos sacados de la realidad de la
consulta clínica, no tomados de los libros. Quería, precisamente, salirme de
los textos, por eso este libro puede resultar algo molesto para mis colegas,
pero realmente no está escrito para ellos.
¿Para quién está escrito?
Está
escrito para la gente que no ha tenido la posibilidad de tomar unos cursos de
trastornos mentales o de psicología. Y eso ha sido lo más difícil, porque a los
médicos nos enseñan a hablar en confuso, en latín. De hecho, las fórmulas
médicas no las entiende nadie, sólo las entienden los médicos. De eso se trata,
al médico le gusta parecer siempre ‘muy misterioso’.
¿Le ha costado escribir sin misterio?
A
los médicos nunca nos enseñaron a escribir. No hubo formación puntual en la
escritura, y esa es una de las quejas que tengo yo con la academia. Yo creo que
la labor más importante que uno puede hacer desde el punto de vista médico es
educar a la gente.
Me
siento bien ahora que estoy alejado de la academia, habiéndome quitado el
abrigo de la ortodoxia, me interesa más hablarle al público en general.Mi
padre, que era librero, decía que la gente se muere más por falta de
información, que por falta de medicina y de intervención médica. Y es verdad.
Eso aplica en salud mental continuamente. Cuánta gente sufre días, meses, años,
décadas con una depresión. Y su familia dice “él es así, ha sido así toda la
vida, cómo va a cambiar”. Y no, ese señor está deprimido, necesita atención.
Otro
tiene arranques de perturbación que van desde leves hasta gravísimos, hasta que
un día se lanza por la ventana. Resulta que ese señor es bipolar, hace ciclos
de manía y hace ciclos de depresión, y la familia piensa que hay que
aguantárselo así, hasta que un día les toca llamar a la policía.
Usted aborda aspectos muy interesantes, por ejemplo que
es posible morir de aburrimiento...
Sí,
ese es uno de mis temas favoritos. El aburrimiento no existe en los glosarios
de diagnóstico médico, pero hay gente que, literalmente, se muere de
aburrimiento. No le gusta su trabajo, pero no renuncia porque le da miedo
quedarse sin nada qué hacer, o sin ingresos, entonces sigue sometida por
décadas, toda la vida. Un día se muere de aburrimiento y ni se dio cuenta. Las
personas aburridas son como muertos vivientes.
¿Podría hablarse de la enfermedad mental del
aburrimiento?
Sí,
el aburrimiento es una enfermedad mental. En los glosarios aparece como
depresión, pero en realidad es aburrimiento de seguir comiendo todos los días
lo mismo, a la misma hora; visitando a la suegra todos los fines de semana,
haciendo lo mismo todos los días, año tras año. La gente se adapta a esta forma
de vida y la defiende, se vuelve adicta al aburrimiento.
Su libro también habla sobre el riesgo de instalarse en
la comodidad...
Ese
es otro. Ese es el tirano por excelencia: la comodidad. Es más sutil. Lo padece
la mujer que dice: “Para qué me voy de este matrimonio, yo aquí lo tengo todo,
el tipo no me da amor pero no me pega, y más o menos tengo la posibilidad de
salir con mis amigas”.
Y
lo mismo dice el hombre: “Qué tal irme y dejarle a otro todo lo que he
construido en estos 25 años, mejor me quedo aquí”. En el fondo es pereza, una
gran pereza. Por pereza, la gente no toma la decisión de romper con los
tiranos. Cuando yo les digo esto a mis pacientes, muchos me dicen “gracias
doctor, ya vuelvo”. ¡Y no vuelven! Pero eso es bueno, porque quiere decir que
de alguna manera toqué una fibra.
¿Por qué asegura que la felicidad completa es un mito que
hay que romper?
Porque
la felicidad completa no existe. La felicidad solamente la pueden vivir los
niños, o de pronto los adolescentes que creen que todo se resuelve fácilmente.
Pero la vida de los adultos está hecha de luchas diarias. Uno se levanta todas
las mañanas con un par de problemas, como mínimo, eso es lo normal.
Yo
he encontrado en las páginas de El País un buen vehículo para enseñar. Gracias
a ellas yo soy, probablemente, más claro. Encuentro que la gente lo agradece, y
es muy gratificante.
¿Esta idea salió de un caso real?
Sí,
claro, es un caso real. Fue una señora que me consultó hace unos años y me
dijo: “doctor, yo lo único que quiero es ser feliz”. Le dije: “señora, tocó la
puerta que no era, la felicidad completa y absoluta, como usted la está
buscando, es el sepulcro”, allá es donde estamos todos tranquilos, allá no nos
invade la preocupación. Uno aprende que la vida es difícil cuando ha superado
la adolescencia y entra a la vida adulta. Si nos salen bien las cosas, nos
congratulamos; pero no nos torturamos si las cosas no salen bien.
¿Es un rasgo de pensamiento infantil?
Es
infantil, es inmadurez, se da mucho en las familias donde los padres quieren
anticiparse siempre a las necesidades de los hijos, resolverles todo. Claro, a
los hijos hay que cuidarlos, pero también hay que dejarles ver cómo es la vida.
Si uno los sobreprotege, allá afuera está la vida, que tiene dientes muy
afilados, y los va a tratar muy distinto.
Es necesaria la divulgación, porque en Colombia no todo el mundo puede pagar
una consulta psiquiátrica...
Muy
poca gente puede pagar una consulta. De hecho, hay estadísticas que lo
confirman. Un estudio de salud mental del 2003, de José Posada, dice que de
cada 20 pacientes con trastornos mentales severos, solo uno llega a consulta. Y
eso es muy grave si se tiene en cuenta que el 40% de la población sufre o habrá
sufrido, en el transcurso de su vida, por lo menos un problema mental severo.
El 12% de los adultos ha tenido ideas suicidas a lo largo de su vida; en niños,
el 7% de los varones y el 14.3% de las niñas. Es una realidad.
Usted toca temas que uno jamás vería en un compendio de
psiquiatría, como por ejemplo la ‘enfermedad social’ del arribismo. ¿Por qué le
pareció importante tocar este punto?
Sí,
el arribismo tampoco está en los libros de psiquiatría. Lo incluí porque es uno
de los tiranos más comunes, pues en nuestra sociedad el arribismo es aceptado
como la norma. Si la persona quiere subir por méritos propios, tiene que pasar
mucho trabajo.
En
cambio, si se acomoda, si lambonea, si se entrega, si
hace lo que sea, entonces los dueños del circo, del circo social, lo
recomiendan. Podrá subir, siempre y cuando sirva a los señores.
Ese
arribismo está generalizado de una manera patética en ciertos grupos, donde
nadie expresa claramente lo que piensa, nadie dice las críticas que tiene sobre
la organización, porque la organización está montada sobre una base de favores
que se conservan.
Lo contrario a la meritocracia...
Eso,
contrario, totalmente contrario a la meritocracia. Lo
grave es que la ciudad se queda sin méritos, e involuciona, porque todas las
posiciones se van llenando de mediocres. Y los mediocres, obviamente, no van a
llegar a ningún lado. Esto está muy difundido en las instituciones, usted mire
con lupa, no lo voy a decir porque me echan de la ciudad, pero es así, es el
pan nuestro de cada día.