La mujer camina despacio, con las manos sobre el vientre. Hace poco fue
madre por sexta vez. Mira hacia el suelo. Y cuando levanta la cara deja ver un
profundo gesto de dolor. Su nombre es Eva Lina Palacio y pertenece a la
comunidad embera chamí de Risaralda. No habla español -solo la lengua de su pueblo- y
no conoce su edad exacta. A través de un traductor cuenta que cree que tiene 24
años.
Es la madre de la bebé que el martes fue
trasladada, grave, al hospital San Jorge, de Pereira. La llevaron desde Pueblo
Rico (Risaralda), a dos horas y media de Pereira,
donde queda el resguardo al que pertenece Eva Lina.
La niña, de cinco días de nacida, estaba a punto de desangrarse y padecía
una infección severa. Le mutilaron el clítoris en un 80 por ciento, según Adriana
Ángel, coordinadora de la unidad maternoinfantil del
hospital. Tenía café en las entrañas que le echaron para detener la hemorragia.
Un nuevo caso de ablación o mutilación genital, que implicaba la vida de una
niña, se conoció rápidamente y se convirtió en escándalo.
Tres semanas atrás, el 10 de octubre, en una cumbre nacional indígena, las
autoridades emberas firmaron un pacto en el que se
comprometieron a erradicar esta práctica, que salió a la luz en el año 2007
después de que la Personería de Risaralda denunció la
muerte de una niña de esta comunidad después de ser sometida a dicho
procedimiento.
Solo entonces se supo que en Colombia, específicamente en el pueblo embera, existía la ablación. Hoy, esta comunidad de 150.000
personas y presente en 16 departamentos del país, reconoce que tal vez sean
cientos o miles las niñas que han muerto por ello.
Pero no hay reportes. Se trata de una tradición exclusiva de las mujeres,
guardada en secreto, y conocida hace pocos años. Además, cuando las niñas emberas mueren, son enterradas en sus resguardos y de sus
muertes no se entera el Estado. En lo que va del año, la Consejería de Paz y
Derechos Humanos de Risaralda estima que se han
registrado 10 casos de niñas mutiladas.
Nuestro país es el único del continente donde se ha documentado esta
costumbre. En África es una práctica generalizada.
El origen de la tradición
Hace cuatro años el Fondo de Población de la ONU (Unfpa),
con el acompañamiento del Bienestar Familiar, emprendió un programa para concientizar a esta comunidad sobre los riesgos de la
mutilación genital, considerada una cruel violación a los derechos humanos,
sexuales y reproductivos de niñas y mujeres. Y también para tratar de entender
este ritual que, excusado en la tradición, es una atrocidad contra las niñas.
Esmeralda Ruiz es asesora de género del Unfpa y ha
entrevistado a más de 400 emberas. "La ablación
es secreto y vergüenza. Es su intimidad y piensan nadie puede enterarse".
Entre ellas, sobre todo en las mayoras (ancianas), que son las guardianas de
este pueblo, existe la creencia de que el clítoris (quebede
en su lengua) es una malformación que hay que cortar para que no crezca, como
sucede con el órgano sexual masculino.
Cuando nace una niña, las mayoras -que también ofician como parteras- están
pendientes para 'curarlas', echando mano de cualquier objeto filoso.
Cualquiera. Y hacen el procedimiento en carne viva.
Fue lo que sucedió con la hija de Eva Lina. Ella dice que no se dio cuenta
cuándo sucedió. "No quería que le hicieran eso", suelta con voz baja
y se echa a llorar. No lo reconoce, pero las autoridades indígenas ya
establecieron que lo hizo la abuela de la niña.
Ambas mujeres serán castigadas. Eso lo asegura Luis
Siágama, autoridad mayor del Resguardo Embera de Pueblo Rico. Las pondrán en el cepo (tronco de
madera que inmoviliza los pies) durante 24 horas y las obligarán a realizar
trabajos comunitarios.
La niña está fuera de peligro y en recuperación. Pero tendrá que vivir
incompleta. Además de que verá afectada su sensibilidad en la intimidad cuando
sea una mujer, sufrirá otras consecuencias en su función femenina.
Siágama insiste en que la ablación está prohibida
y que llena de dolor a su pueblo. "Piensan que somos unos salvajes,
critican pero no saben lo que pasa realmente. Estamos muy heridos".
También, según el Unfpa -las emberas
no están de acuerdo-, la mutilación busca controlar la sexualidad de las
mujeres y su rol en la familia y la sociedad, pues "se cree que ellas son
propiedad del varón y que él es el único que tiene derecho a sentir
placer".
JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
Enviado especial de EL TIEMPO
'Un problema de educación'
Cruz Elena Nengarabe, consejera del Consejo
Regional Indígena de Risaralda en temas de mujer,
afirma que hay muchos lugares alejados a donde no ha llegado el proyecto contra
la ablación y tampoco la orden de abolir esa práctica.
"Necesitamos apoyo del Estado para avanzar contra esta
problemática", alerta esta líder al explicar que se requieren campañas de
educación sexual, "pues las mujeres indígenas no conocen su cuerpo desde
la anatomía". Nadie les ha enseñado que el clítoris no es una
malformación. También necesitan campañas en salud sexual y reproductiva.
"Somos un pueblo olvidado. Requerimos una presencia urgente y real del
Estado", enfatiza. Además del apoyo del Unfpa y
del Bienestar Familiar, esta comunidad clama presencia de los Ministerios de
Salud y Educación, hasta ahora ausentes frente al tema.
Diego Molano, director del ICBF, reconoció que es
urgente seguir impulsando esta lucha. Y aclaró que el Estado respeta la
autonomía de los emberas. Sin embargo, resalta que
los derechos de los niños y las niñas están por encima de las costumbres
ancestrales.
En el caso reciente, el ICBF le hará seguimiento a la niña pero no la
retirará de su familia. Aunque este debate se ha enfocado en Risaralda, también existe en otras comunidades de este
pueblo y en otras regiones.
En el Cañón de las Garrapatas, en el Valle del Cauca, la Organización
Nacional Indígena de Colombia (Onic) afirma que hay
una comunidad de tres mil emberas que no han recibido
intervención en este tema y siguen practicando la ablación. También hay
resguardos completos donde hay resistencia al tema.
"Las mayoras creen que nos estamos oponiendo a una cultura que lleva
muchísimos años, y que nos estamos metiendo en la intimidad de las emberas", cuenta Ana Lucía Bazorna,
líder en contra de la ablación.
'Tenemos derecho a sentir'
Pereira. "Me contaron que cuando la partera me 'recibió', hace 26 años,
me puse morada, pálida, no respiré... Como pensaron que estaba muerta, me
dejaron a un ladito de la cama", narra María*, una indígena embera que, como a cientos de niñas de su comunidad,
también le practicaron la ablación de su clítoris cuando nació.
"No lo hicieron por mal, para nosotros la vida es sagrada; pero piensan
que así van a limpiar a la mujer; y si no, creen que ella se va a rebelar, y no
se va a aguantar las ganas de estar con un hombre, o con otra mujer. Esto no es
una práctica buena y afecta la dignidad de la mujer. Es importante trabajar
para que no pase más", agrega. Cuando se le pregunta por su vida sexual se
sonroja, y habla de la naturaleza. Pero luego, argumenta: "Los seres
humanos, hombres y mujeres, tenemos derecho a sentir el mismo placer sexual. Si
a uno le quitan un dedo, a uno le hace falta. Si uno tiene algo en el cuerpo,
es porque cumple una función. La ablación afecta la salud y el crecimiento. No
hay por qué quitarnos algo que Dios nos mandó, porque es bueno para nosotras
como mujeres, y no solo en lo físico, también en lo emocional y espiritual. Eso
es lo digno, lo justo, que uno crezca con todo, normal, esto es algo incómodo,
porque es muy íntimo", sentencia y calla.
*Nombre cambiado.
MÓNICA ARANGO
Corresponsal de EL TIEMPO
'Todo un contrasentido'
Una ablación es una mutilación. Consiste en retirar, de manera traumática,
un trozo o segmento de órgano, que está destinado a cumplir una función. En tal
sentido, cuando se rompe esa estructura, no sólo se elimina la posibilidad de
cumplir con ella, sino que, también puede ocurrir que en el muñón o remanente
queden segmentos de estructuras, como terminales nerviosas, capilares
sanguíneos, músculos y sus envolturas, que de manera desorganizada se
convierten en un foco generador de dolor de difícil control, sensación de malestar,
incomodidad y alteraciones estéticas. Esto no solamente genera problemas
orgánicos y estructurales, sino que tiene hondas repercusiones en el plano
emocional que van más allá de la 'simple' pérdida de la sensibilidad en lo
sexual.
El clítoris es una estructura que cumple una función. Con su sola existencia
en un cuerpo femenino evolucionado, la naturaleza está indicando, simple y
llanamente, que debe estar ahí. Retirarlo, más allá de cualquier consideración,
es un contrasentido orgánico, biológico y humano.
CARLOS F. FERNÁNDEZ
Asesor médico de EL TIEMPO
Infamia mundial
Unicef calcula que en el mundo entre 100 y 140
millones de niñas han sido víctimas de la ablación, sobre todo en África y
Asia. Mientras a las emberas les mutilan el clítoris,
en otras étnias, además, les cortan los labios
superiores e inferiores; y solo les dejan un orificio para orinar. Con la
práctica, dice la tradición, el hombre verifica que su mujer es vírgen.