24 horas entre la
vida y la muerte
Por Alejandro Aguirre
Una menor violada, un joven
epiléptico, dos hombres más baleados... Historias detrás de las emergencias en
el Hospital Carlos Holmes.
Emergencia.
Este obrero de construcción cayó de un tercer piso y llegó moribundo al
hospital Carlos Holmes Trujillo, en el oriente de Cali. Tras ser chequeado, los
médicos le diagnosticaron una posible invalidez. El centro asistencial atiende
más de cuatro mil personas al día.
Hora: 2:20 a.m. Lindayi Betancourt llegó casi muerta
por un botellazo de cerveza en su pecho. Entró al hospital moribunda
cargada en brazos por su ex novio Danny
Torres, quien le gritaba que se salvaría. Los vidrios incrustados de la botella
se confundían en la piel oscura y la sangre de la mujer.
Danny le dijo al médico que le dio respiración boca a
boca en el taxi porque Lindayi se desmayó de repente.
A ella, llorosa, con el pelo revuelto, la acostaron en una camilla sin sábana y
con aguja e hilo sellaron su pecho con diez puntos insufribles. Dos auxiliares
y el médico hicieron el trabajo.
Al ser interrogado por el policía Danny comentó que
todo se inició por un malentendido entre el novio de Lindayi
y otro muchacho. Malentendido que terminó en un botellazo y una persecución
salvaje por los barrios azarosos del Oriente caleño.
A un lado de la camilla en la que yacía Lindayi,
estaba un viejo sin nombre, esquelético, que tenía los ojos abiertos de los
muertos y el olor dulzón de la tierra y de la sangre. Una auxiliar pedía que
alguien se encargara del abuelo porque su familia se rehusaba a recibirlo.
“Llamamos y nos cuelgan el teléfono”, comentó la auxiliar.
Allí, en ese barullo, también se reanimaba Ana Graciela que bebía líquido para
detener una diarrea de ocho días seguidos que le produjo la ingestión de un
perro caliente con gaseosa a sus 87 años. Pero la anciana fijaba sus ojos en
una camilla donde se hallaba un obrero de construcción que cayó de un tercer
piso. Diagnóstico: médula espinal averiada y posible invalidez.
“Nada de eso es perturbador –dice el celador - frente a lo que pasó a las 10:45
de la noche. Trajeron dos hombres muertos. Una turba de gente quiso entrar.
Trataron de meterse por el parqueadero de atrás del hospital y al no poder,
dispararon enfurecidos. La familia quería verlos, pero la policía vino rápido
por los muertos”.
Trabajo azaroso
Hora: 8:35 p.m. La sala de urgencias del Carlos Holmes Trujillo vive el
hervidero de una multitud que es atendida por tres médicos, seis auxiliares,
dos celadores y un policía armado. Aguardan con nerviosismo porque hace dos
días fue quincena. Es una temida jornada de viernes por la noche.
“Hoy puede pasar de todo: muertos, heridos, balazos, pero nada bueno”, dice,
con revólver al cinto, el celador, el mismo que desde hace seis meses pidió
traslado por la tensión que genera este hospital. “Trabaja uno azarado”, dice.
A esta hora, se han entregado varias decenas de medicamentos como plasil, milagroso para detener el vómito de un niño mal
comido; diclofenaco, para reducir inflamaciones de
golpes; dipironas, para esos dolores agudos que
producen los balazos y soluciones inyectables para estabilizar a pacientes
moribundos.
Todo tiene que ser rápido, son diez minutos de consulta, máximo,
porque son asuntos que no dan espera. Emergencias. “Pero los médicos pasantes
(en práctica) se exceden de ese tiempo y todo se acumula. Aquí hay que darle
rápido”, corrobora una enfermera jefe, quien anota que cada mes llegan al lugar
por lo menos 10 médicos nuevos.
El hospital tiene doce plazas rurales, es decir, una docena de puestos para que
lleguen practicantes. No es un centro cualquiera: hay más de 4.000 atenciones
diarias, y cada vez con cuadros clínicos peores e insostenibles.
Hjordan Moreno, el médico de este viernes, lleva año
y medio en urgencias satisfecho con lo que hace: “Se trabaja, pero se aprende”.
Una auxiliar, con tapabocas permanente, confiesa que odia pasar doce horas en
un lugar donde no sabe si saldrá viva o muerta. Exagera, dice luego el médico,
pero la entiende: “Para esto hay que tener sangre...”.
“¡Auxilio, es epiléptico!”
Hora: 4:10 p.m. Nada se detiene. Daniela, de 1 año, llegó con el brazo roto,
sostenido con pedazos de cartón y esparadrapo, pero sonríe sin dolor. Se cayó a
un hueco. Su madre reza para que no sea nada grave. No lo es.
Tras eso, las urgencias inmediatas, las tensiones se vuelven solitarias y los
médicos pasan las horas sin tomarse un vaso de agua ni probar bocado. ¿Cómo
comer si acaban de escuchar la suerte de una menor de 16 años que salía por
primera vez de fiesta y alguien la drogó para violarla? La joven tuvo suerte.
En los pocos momentos de calma son las aseadoras las
que distraen y alteran el silencio de un hospital frío en el que el aire
acondicionado se mezcla con el olor del alcohol y la sangre.
“Sin duda es un hospital difícil, pero cómo
no venir a ayudar a muchas personas que lo necesitan. Somos conscientes del
profesionalismo y por eso actuamos por el compromiso”. Auxiliar de enfermería.
La calma se esfuma cuando Sebastián, un
muchacho de 18 años, de 1,80 metros y bigote incipiente, llega con dos
puñaladas, en la espalda y en la cadera, que se ganó por tratar de evitar que
le robaran una gorra y una cadena. “No me dejé quitar los tenis”, comenta
valiente mientras su hermano mayor le pide que no hable.
No lo han curado cuando llega en brazos, casi sin conciencia, Antonio, de 25
años, epiléptico, según la madre, con convulsiones recurrentes. “Tiene un
gusano en la cabeza”, sostiene. Lo acuestan, lo estabilizan, lo duermen.
Disparos de la ‘Pirulita’
Hora: 4:40 a.m. Un par de amigos, acompañados de una mujer, llegan en una
patrulla de la policía. Uno de ellos, de pantalones cortos y cabeza rapada,
tiene una herida de bala en un glúteo, pero es pequeña, producto del roce del
tiro. Grita desesperadamente.
El otro, de largas patillas, tiene una herida de bala entre la mano y el brazo,
cerca del reloj, que es sellada por seis puntos, y muchos quejidos. El médico
Alberto Gómez, de blusón verde, le pide que se calme. Le grita, incluso.
“Esa ‘Pirulita’ casi los mata”, dice el policía. Estaban bebiendo afuera de sus
casas, en el barrio Mojica. “Era esa gordita, lo
juro, esa ‘Pirulita’ fue la que nos disparó”, dice uno de los heridos. Los
agentes sólo ríen; la conocen.
Acaban las fiestas en las discotecas de Cali. “Se han reportado una decena de
colisiones entre automóviles y varias motos han sido robadas”, dice el policía
del hospital entre la zozobra.
Los baleados por la ‘Pirulita’ quieren irse para sus casas. Las auxiliares les
piden que esperen, las heridas pueden abrirse. No les importa; se retiran como
quien huye del miedo. Pagan su cuenta en la caja. Se ven indefensos y se
alejan. Los médicos siguen al acecho...
Sebastián no abre los ojos
Hora: 9:20 a.m. Juan Sebastián, un bebé con neumonía, no se percata de nada.
Lleva doce horas dopado, atado al oxígeno, tembloroso. La madre, Angie, de
escasos 17 años, dice que no sabía que su hijo podría morir y pide que hagan lo
imposible por salvarlo. “El padre no se ha enterado, pero si lo sabe tampoco
vendría; jamás le ha interesado”, se lamenta la joven, quien luego susurra que
no le ha visto los ojos a su hijo en horas. “Es triste, ¿no?”.
A su lado, una mujer que se resistía a hablar, dice que soñaba con un hijo,
pero tuvo un aborto intempestivo y perdió a su bebé de un mes de gestación. “Es
doloroso”, dice la mujer de tez negra, con lágrimas en los ojos y abrazada a
una almohada. “Quisiera que alguien me explicara por qué pasó esto”, dice.
Cambio de turno. El personal médico se ve agobiado, aturdido, silencioso, casi
herido por el cansancio.
“Uno aquí tiene que convivir con el dolor, pero también con el maltrato y los
insultos”, reflexiona una auxiliar. Muchos pacientes, explica, llegan insultando,
intimidando con armas, exigiendo que se salve a alguien que ya está muerto.
“Sí, llegan con los ojos abiertos, están muertos, cómo vamos a resucitarlos.
Aquí no se hacen milagros”, sentencia.
¿Dónde queda?
El hospital Carlos Holmes Trujillo se ubica en el barrio El Poblado, en el
corazón del Distrito de Aguablanca de la comuna 13.
Es un centro asistencial de nivel 1 y 2 que presta el servicio de urgencias a
la población más vulnerable.
Pacientes con intervenciones quirúrgicas son remitidos al Hospital
Universitario o a centros de nivel 3.
Cifras
· 1 millón 52 mil
personas se atendieron en el primer semestre de 2009.
· 107 mil personas
fueron atendidas por urgencias en el primer semestre de 2009.
· 141 mil personas
fueron atendidas por urgencias en 2008.
· 537 mil consultas
se registraron en 2008.
· 1.375 niños y
niñas nacieron en el primer semestre de 2009.
· 1.462 pacientes fueron hospitalizados en 2008.